La Iglesia No Se Construye Con Eventos Ni Estrategias
Seamos sinceros: muchos cristianos dirían, con razón, que la iglesia está edificada sobre Cristo, y que es Él quien la hace crecer. Pero con el tiempo, empezamos a pensar que son nuestros eventos, nuestros planes o nuestra creatividad los que hacen que eso suceda. He escuchado este tipo de enfoque muchas veces, tanto en plantadores de iglesias como en líderes de congregaciones ya establecidas. Y siendo justos, no está mal planificar bien o utilizar herramientas que ayuden a servir mejor a las personas. Pero después de casi 47 años dentro de la iglesia, y ahora sirviendo como plantador y pastor aquí en el condado de Lake, he podido ver algo más profundo. Creo que necesitamos pensar con mayor claridad sobre qué es lo que realmente edifica la iglesia.
No se trata de una crítica generalizada, ni quiero señalar a todos los pastores o iglesias por igual. He conocido muchos siervos fieles que aman profundamente a su gente y trabajan con pasión por el evangelio. Pero también he visto y a veces sentido en carne propia la sutil tentación de medir el “éxito” en función de cuántas personas asistieron a un evento o de cuánta emoción generó una nueva estrategia.
Aun antes de ser pastor, participé en ministerios marcados por esa mentalidad. Cada año se esperaba que propusiéramos nuevas ideas para atraer a más personas. Año tras año, la presión era la misma: pensar en el próximo evento, organizarlo, medir los resultados… y volver a empezar.
Hoy, mirando hacia atrás, puedo decir que lo que me tomó años entender es esto:
La verdadera Iglesia de Cristo no se edifica con estrategias humanas, creatividad o mercadeo.
La iglesia la edifica Cristo mismo, por medio de su obra consumada y la proclamación fiel de su Palabra, dentro del contexto de relaciones reales: primero con Él, y luego unos con otros.
Tony Mérida lo expresa con claridad en Ama Tu Iglesia: “La iglesia no necesita gente popular ni programas llamativos. Necesita la predicación fiel de la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo.”
Pero aquí está el reto: vivimos en una cultura que quiere resultados inmediatos. Amazon entrega al día siguiente. La comida llega en minutos. Puedes ver toda una serie en una sola noche. Esperar es incómodo… y francamente, impopular. Esa misma mentalidad puede infiltrarse en la iglesia. Empezamos a ver el discipulado fiel y constante como algo ineficiente. Nos desanimamos cuando los espacios no se llenan. Y terminamos persiguiendo estrategias que prometen resultados visibles, aunque no formen verdaderos discípulos.
Jonathan Leeman, de 9Marks, lo dice con claridad en su libro Don’t Fire Your Church Members: “Los números pueden ser buenos, pero no son nuestra meta. La fidelidad lo es. Puedes reunir una multitud con humo, luces y regalos. Pero solo el Espíritu de Dios puede edificar una iglesia por medio de la Palabra de Dios.”
Jesús mismo dijo: “Yo edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). ¿Nos hemos detenido realmente a pensar en lo que Él quiso decir con eso? Este versículo no es un eslogan motivacional. Tampoco es una excusa para hacer cualquier cosa “en su nombre”. Es una promesa firme y gloriosa.
Cristo, no nuestra creatividad, ni nuestro carisma es quien edifica Su iglesia.
Michael Horton, en Ordinario, lo expresa así: “La iglesia es creada por la Palabra, sostenida por la Palabra y crece por medio de la Palabra. Nosotros no la hacemos. Es Cristo quien lo hace, usando los medios que Él mismo ha establecido.”
Así que, aquí va mi invitación, pongamos el freno. Dejemos de correr detrás de lo que está de moda y busquemos lo que es verdadero. Resistamos la tentación de tratar a las personas como consumidores, y volvamos a pastorearlas como Cristo nos ha llamado a hacerlo. No midamos el éxito por la asistencia, sino por nuestra fidelidad al evangelio, por nuestro amor mutuo y por nuestra obediencia a la Palabra de Dios.
Al final, la iglesia no se construye con eventos ni estrategias. Se edifica por Cristo, por medio de Su evangelio, con el poder de Su Espíritu, y para Su gloria.